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Los oficios que conviven en un buque de la Armada: de una meteoróloga a un sacerdote
Una ciudad flotante que no duerme, o duerme por turnos, y en la que conviven los más variados perfiles y oficios
Desde una meteoróloga hasta un sacerdote, un peluquero o un panadero conviven durante meses, lejos de sus casas, en un buque de la Armada, en una experiencia que, pese a la limitación del espacio y la dureza de las condiciones, tanto para los civiles como para los militares resulta apasionante.
"Nos convertimos en una gran familia, nos apoyamos y nos animamos los unos a los otros", explicaba el capitán Luis Ruiz, al mando del servicio hospitalario del buque de asalto anfibio 'Galicia' que este viernes ha regresado a la base naval de Rota (Cádiz) tras participar, con 700 personas a bordo, en un despliegue en la costa este de Estados Unidos que le ha tomado dos meses, y atravesar dos veces, de ida y de vuelta, el Atlántico, relata EFE.
Una ciudad flotante que no duerme
El subteniente Manuel Vázquez, de la sección de personal del buque, define este barco como "una pequeña ciudad", de 160 metros de eslora y 25 de manga, en la que todo funciona porque todo el mundo tiene una función que cumplir.
Una ciudad flotante que no duerme, o duerme por turnos, y en la que conviven los más variados perfiles y oficios.
En este buque ha estado embarcada la meteoróloga Beatriz Sanz, jefa del Centro de Meteorología para la Defensa de la Agencia Española de Meteorología, encargada de trasladar a los mandos "la mejor información posible para que tomen la mejor decisión posible" en unas maniobras en las que las condiciones pueden afectar a los vuelos de los helicópteros, los desembarcos anfibios o incluso a la navegación del buque en situaciones como la que han vivido en esta travesía, estando entre dos huracanes durante varios días.
"Fue una experiencia terrible, veía como se movía el barco", cuenta, mientras confiesa que está "muy bien sentir en tí misma el miedo" para, como meteoróloga, "esforzarte más en analizar y ayudar a decidir qué es lo que hacen".
Sobre todo cuando este servicio asesora a los buques de la Armada desde la distancia, porque estos profesionales solo se embarcan en despliegues con estados mayores de defensa con varios medios.
"Cuando venimos no es sólo el apoyo que damos, sino lo que aprendemos en estos despliegues para mejorar el apoyo de Meteorología que les damos", explica.
Beatriz Sanz empezó a trabajar con Defensa porque lo que le gusta de la Meteorología era la predicción. Hace años hizo unas maniobras en las que hubo "tormentas enormes" y pensó que esto era el "trabajo vivo" que buscaba. Y desde 2006 se embarca con la Armada.
"Cada vez son operaciones más interesantes, siempre son un reto. En esta ocasión el de cruzar el Atlántico como Cristóbal Colón", bromea.
Asegura que le encanta vivir en el barco: "es una maravilla la convivencia, conocer gente muy diferente, disfrutar del compañerismo. Es un lujo, a lo mejor la administración no me ha pagado mucho en dinero, pero en experiencias sí", asegura en declaraciones publicadas por EFE mientras subraya que le encanta trabajar "para la seguridad" con la Armada.
Del monasterio al campo de batalla
La meteoróloga ha hecho un grupo de canto con el padre Francisco Ivanco García, sacerdote del barco en el que la mayoría de la dotación es católica aunque también viajaban algunos musulmanes y evangélicos.
Lleva nueve años en la Armada y como sacerdote en estos despliegues lo que hace principalmente es "ayudar a mantener la moral alta, porque si la dotación está bien, hará su trabajo mucho mejor".
Aparte de los rezos diarios al ocaso, del servicio de misas en la capilla del barco, le piden "mucho" confesarse, incluso a las tres de la mañana si el turno de guardia era lo que permitía en alguna ocasión.
"Me gusta conocer sus preocupaciones, sus inquietudes y sus problemas, que lejos de casa se ven mucho mayores. Poder ayudarles es una satisfacción", dice mientras asegura que además de como padre espiritual ejerce un poco de "psicólogo, consejero y sobre todo de amigo" y en ocasiones de "enlace" con los mandos para solucionar algún problema.
Cuenta que sintió "la llamada" a los 8 años, y que pasó 17 años como monje en un monasterio benedictino, antes de lanzarse a ingresar en la Armada, una "inquietud" que tenía desde niño.
"Dejé el claustro para entrar en el campo de batalla", bromea, mientras cuenta que ambos campos son muy similares "en cuanto a la vida disciplinaria, porque si los monjes cuidan mucho de la vida litúrgica, también los militares cuidan mucho de sus ceremonias".
De su trabajo le gusta "correr la misma suerte" que sus feligreses cuando hay mala o buena mar. "Poder experimentar esa adrenalina que te sube no es de una parroquia normal", confiesa.
En la lavandería, donde cada día se usan sesenta kilos de detergente para lavar la ropa de 120 personas, el marinero Isaac Escudero también se siente bien: "no paras, es un trabajo bastante valorado, la gente lo agradece mucho".
También ha encontrado lo que buscaba en un barco de la Armada como el 'Galicia' el oficial de Intendencia Íñigo Martínez, que, con el departamento, se encarga de que en estas largas travesías no falte de nada a pesar de las "cantidades inconmesurables" que se necesitan de cualquier cosa para atender a 700 personas.
Estudió Economía y cuenta que siempre sintió atracción por las Fuerzas Armadas: "no tengo familia militar, no se de dónde me viene. Será un apego a ciertos valores o cierto espíritu de ayudar a la gente o servir a algo más grande que a mí mismo", dice.
Pese a la satisfacción con la que hablan de su vida en el buque de la Armada en el que han pasado dos meses, los 700 tripulantes del 'Galicia' tenían en su último día en el barco la sonrisa de quien sabe que se aproxima el momento de volver a abrazar a su familia en tierra firme.
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Una ciudad flotante que no duerme, o duerme por turnos, y en la que conviven los más variados perfiles y oficios







