El expresidente ha querido dejar claro que siempre se ha mantenido dispuesto a "aclarar ante la Justicia" su trabajo
Alí vs. Frazier: 50 años del combate que definió una era del boxeo
La velada celebrada en Manila pasó a la historia como una de los más brutales de la historia, azuzada por el rencor personal entre ambos púgiles
Ahora que el boxeo profesional se ofende cada vez que un campeón evade a un rival difícil, llega con nostalgia el recuerdo de hace 50 años, cuando Muhammad Ali y Joe Frazier pusieron al límite, en Filipinas, la resistencia humana.
Más que un pleito por el título de los pesados, el del 1 de octubre de 1975 fue un combate con odio animal entre el malagradecido Ali y un Frazier incapaz de perdonar, que salió a lastimar lo más posible a su rival y lo logró, aunque fue derrotado.
Salido de la pobreza, Joe creció con la idea de amor al prójimo. La demostró al pedirle al entonces presidente de Estados Unidos, Richard Nixon (1969-1974), que le devolvieran a Ali la licencia para pelear, arrebatada al campeón por negarse a ir a la guerra de Vietnam.
Al recibir el permiso, Cassius Clay, quien se cambió el nombre al convertirse al islam, pagó la solidaridad con un acto de racismo, al llamar gorila a Frazier y ofenderlo semanas antes de la primera pelea entre ambos, en marzo de 1971 en el Madison Square Garden.
Frazier le quitó el invicto al hablador Alí, que se cobró la revancha en enero de 1974, lo que dejó todo listo para uno de los combates más violentos de la historia del pugilismo.
A las 10.30 de la mañana en el Araneta Coliseum, en Quezon City, a unos 12 kilómetros de Manila, ambos púgiles subieron al cuadrilátero con una temperatura que llegó a ser de 49 grados centígrados.
"Ven, gorila, pégame"
"Te voy a destrozar", amenazó Alí, quien dominó los dos primeros asaltos y en el tercero invitó a su rival: "Ven, gorila, pégame".
Con su jab venenoso, sus movimientos de mariposa y su picada de abeja, Ali fue un castigador hasta que en el quinto asalto recibió el potente gancho de izquierda de Frazier.
Fue el punto de quiebre. Joe castigó al pecho, al hígado, a los riñones y le bajó los humos a Ali, incapaz de evitar los estallidos en los huesos de su cadera durante seis asaltos seguidos.
Antes del décimo, Alí confesó en su esquina estar sintiendo cerca a la muerte, pero no se rindió.
Consecuencia del castigo en los primeros asaltos y después, Frazier, que desde hacía años apenas veía por el ojo izquierdo, fue lastimado en el derecho. En el 'round' 13 estaba casi ciego.
El penúltimo asalto fue una batalla entre dos guerreros formidables, cansados, golpeados, pero con la voluntad de reducir al otro. Frazier no veía la derecha de Ali, que le rompió la boca y le cerró los ojos.
A falta del último 'round' el ganador no estaba decidido, pero Ali no podía más y pidió a su entrenador, Angelo Dundee, que le quitara los guantes. Entonces, ocurrió su milagro salvador: Eddie Futch, entrenador de Frazier, no dejó seguir a su muchacho.
Frazier protestó, aseguró tener con qué para liquidar al otro, lo cual se demostró cuando en la esquina de Ali se dieron cuenta del abandono y el gran campeón cayó exhausto en el suelo.
Después, Alí buscó a Marvis Frazier, hijo de su rival, para pedirle perdón a él y a su familia. Enojado, Joe preguntó por qué no había tenido valor de pedírselo a él.
Nueve años después, a Ali se le diagnosticó párkinson. Ni eso conmovió a Frazier, quien repitió que todo lo que hizo en su vida se le regresó a su enemigo en la vejez. "Dios toma nota de todo", afirmó insensible.
Agresiones y rencores aparte, la tercera pelea Ali-Frazier es un monumento a la época en que el boxeo era un asunto de hombres duros y era impensable que un joven oloroso a perfume, creador en redes sociales, le quitara protagonismo a los campeones, como sucede hoy.
Pocos combates hay en estos tiempos como aquel de hace medio siglo. Aún se ven algunos, como los de la irlandesa Katie Taylor contra la puertorriqueña Amanda Serrano, mujeres que honran al boxeo en tiempos raros, en los que algún campeón se niega a exponer su faja contra algún rival peligroso y nadie dice nada.
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